Si bien en las últimas décadas asistimos a una incorporación masiva de las mujeres al mundo del trabajo asalariado, en “No es amor, es trabajo no pagado” Francisca Barriga, Gonzalo Durán, Benjamín Sáez y Andrea Sato complejizan la mirada sobre este proceso señalando, que dicha incorporación es también un correlato de la actual fase de acumulación capitalista por desposesión, en donde una gran parte de la clase trabajadora no puede (mediante el salario) garantizar su propia existencia, y esto a su vez, afecta de manera diferenciada a la clase según el género.
Lxs autorxs ponen de relieve la insuficiencia económica de un único salario como ingreso familiar, como una característica clave del modelo de acumulación actual, y que existe un nexo entre esa incorporación de las mujeres al mundo del trabajo remunerado y las mutaciones alrededor del conflicto capital-trabajo producto de las crisis que atraviesa el sistema, donde se habilitan nuevos marcos regulatorios para condiciones cada vez más flexibles.
Por otra parte, la acumulación se sostiene mediante los hogares como espacio productivo invisibilizado por la economía ortodoxa. “El aumento total de la carga de trabajo de las mujeres como consecuencia de la crisis sistémica y la acentuación de sus responsabilidades en el ámbito privado y en el público, responde a una estrategia donde el objetivo final es que los hogares absorban las crisis del capital y garanticen su reproducción. Por tanto, la acumulación por desposesión, como modelo actualizado del cercamiento de los comunes, necesita como soporte principal la explotación de las mujeres en diversas dimensiones y a los hogares sosteniendo la crisis contemporánea.”
El análisis demuestra que si bien el 50,7 % de la Población en Edad de Trabajar en Chile son mujeres, solo alcanzan un 42,4 % del total de personas con un empleo remunerado y un 42,7 % del total de la “Fuerza de Trabajo” (personas ocupadas y desocupadas). Esto sumado a que la brecha salarial entre hombres y mujeres sigue siendo muy significativa (14%) y a que, incluso en la esfera del trabajo remunerado, los roles de genero vinculados a la división sexual del trabajo se manifiestan en una segmentación por grupos de ocupación: las mujeres acceden mayoritariamente a empleos donde se valoran habilidades presentadas como naturales y vinculadas a lo femenino como la disposición al cuidado de otrxs, la paciencia, la comunicación y el servicio. Como ejemplo, “del total de personas dedicadas al servicio doméstico, un 97,6% corresponde a mujeres”.
Actualmente, la obtención de plusvalía o ganancia empresarial ya no se sustenta principalmente en la explotación de la fuerza de trabajo, sino que el capital busca nuevos nichos de acumulación en dimensiones aun no mercantilizadas como los derechos sociales y los bienes públicos. Tal es así que lxs autorxs sostienen que en complicidad con el Estado, “las mujeres, el trabajo doméstico, la naturaleza y los países empobrecidos de las periferias globales, se han convertido en la base de explotación invisible que sostiene este modelo”
De la lectura del estudio se desprende la importancia de visibilizar con datos el trabajo no remunerado (todas las tareas domésticas y de cuidados) que se realiza en la esfera privada del hogar y que recae mayoritariamente sobre las mujeres. En promedio, las mujeres trabajan 41,25 horas en una semana tipo, de lunes a domingo, frente a las 19,17 horas destinadas a trabajo no remunerado por los hombres. Le preguntamos a Andrea Sato ¿qué aspectos estructurales y dinámicas de poder ponen estos datos de manifiesto?
“Bueno lo primero es establecer que finalmente las tareas domésticas y de cuidados de manera transversal y como se indica en el estudio, recaen de manera importante sobre los hombros de las mujeres, esto independientemente de la conformación de hogar y también del ciclo de vida familiar. Es impresionante observar por ejemplo, que en los hogares donde hay parejas jóvenes en promedio hay una diferencia de al menos diez horas de trabajo no remunerado para las mujeres dentro de una semana tipo. En ese sentido lo que observamos es que finalmente en todos los hogares y en todos los ciclos de hogares se mantiene una intensiva labor de las mujeres en torno a las labores domésticas y de trabajos de cuidados dentro de los hogares. Esto, sin lugar a dudas, se profundiza en contextos como los ciclos de vida familiar donde hay niños y niñas pequeñas. Las mujeres donde hay niños o niñas menores de 6 años trabajan casi 70 horas a la semana.
Y en torno a las dinámicas de poder, lo que observamos es que también las mujeres dentro de los hogares (en este contrato de genero) en donde históricamente se han obligado a ser ellas las cuidadoras, los roles de género se profundizan; y también lo que establecemos, finalmente, son desigualdades estructurales que se manifiestan en la división sexual del trabajo dentro y fuera de los hogares y que también condiciona el buen vivir de las mujeres.
Finalmente, el trabajo y la carga de TNR para las mujeres, implica no solo menos horas de autocuidado, menos horas de descanso, menos horas de ocio, sino también implica menos horas de participación social, menos horas de organización en sus comunidades y eso, eventualmente, puede aislarlas también dentro de sus propias comunidades. Sumado a eso, a la vulnerabilidad de las mujeres en un contexto donde tienen menor autonomía económica, y que eso puede decantar en violencia económica dentro de los hogares especialmente en parejas heterosexuales”
Y ¿qué implicancia tiene en términos teóricos y metodológicos tomar a los hogares como núcleos o unidades productivas dentro de las cadenas de valor en el sistema capitalista?
“Desde Fundación Sol apostamos teórica y técnicamente a observar la unidad productiva de los hogares principalmente para dejar de individualizar a las personas. Consideramos que es importante poder avanzar en términos metodológicos y teóricos en una concepción mucho más relacional de las personas, en torno a que las personas no son individuos que viven de manera aislada, sino que están dentro de sus hogares y relacionados con otras redes.
En ese sentido consideramos importante observar a la unidad doméstica como unidad productiva dentro de estas cadenas globales de valor dentro del capitalismo porque dentro de éstas unidades productivas (…) hay trabajadores y trabajadoras, se producen también los cuidados y son las unidades domesticas también unidades productivas en torno al consumo. Por lo tanto están dentro de todo lo que es la cadena de valor en el sistema de acumulación capitalista y, en ese sentido son el último eslabón dentro del proceso de acumulación del capital, pero también tienen una labor fundamental principalmente porque es dentro de los hogares donde los cuidados y la reposición de la fuerza de trabajo es central”
Hay otra cuestión que resulta clave en el análisis, que tiene que ver con situar la dimensión “tiempo” como una llave para comprender como afecta la pobreza a las personas de manera diferenciada según el género.
A partir de la elaboración del índice “carga global de trabajo” que considera la distribución de las horas semanales de trabajo remunerado y no remunerado y un segundo indicador que se relaciona con las horas de trabajo no remunerado dedicadas en una semana tipo (y que está pensado para personas que se encuentran inactivas en el mercado laboral), lxs autorxs sostienen “Para ambos indicadores se fija una línea de pobreza de tiempo en 67,5 horas semanales, lo que es equivalente a una jornada y media laboral remunerada. Es decir, si una persona trabaja más de 67,5 horas por semana se consideraría pobre de tiempo”
Es así como se señala que para las personas ocupadas (mayores de 15 años) este índice presenta valores muy altos, con un 53 por ciento de mujeres en pobreza de tiempo, a diferencia de un 36 por ciento de hombres en esta categoría. Los datos arrojan que las mujeres sufren una mayor pobreza de tiempo que los hombres, pudiendo disponer de muchas menos horas a su disposición y como nos comentan lxs autores “esto implica no solo menos horas de autocuidado, menos horas de descanso, menos horas de ocio, sino también menos horas de participación social, menos horas de organización en sus comunidades”
Estos aspectos se analizan y abordan en detalle en “Pobreza de Tiempo y Desigualdad: La reproducción del Capital desde una mirada feminista”, un trabajo realizado por Francisca Barriga y Andrea Sato. En este trabajo, las autoras construyen desde una perspectiva feminista un análisis crítico de la pobreza, haciendo un cruce entre “desigualdad, empobrecimiento y tiempo como un vínculo fundamental para leer de forma multidimensional las distintas discriminaciones que viven especialmente las mujeres dentro del entramado social”
Volviendo a los hogares, las autoras sostienen “En todos los tipos de hogares las mujeres trabajan al menos 10 horas más que los varones, indistintamente si hay presencia de hijos/as o no, esto evidencia lo escaso que es el tiempo para las mujeres en cualquier tipo de hogar y que las actividades no son distribuidas de manera justa” Así, los hogares cumplen, por un lado, con la tarea de contener la pobreza que el salario estructuralmente no alcanza a realizar y, por otro, son escenario de una división sexual del trabajo que se manifiesta en una división de tareas, mostrando que esa división también se refleja en el uso y distribución del tiempo: un tiempo de mercado y un tiempo de cuidados.
Tomando como base los datos de la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo (ENUT) realizada en Chile por única vez en 2015 y luego suspendida su segunda ejecución en 2020 por reducción presupuestaria derivada de la crisis, las autoras elaboran un indicador de “Pobreza de Tiempo” a partir del cual se establece una “Línea de la Pobreza de Tiempo” estipulada en una jornada y media legal en Chile, lo que equivale a 67,5 horas de trabajo (remunerado y/o no remunerado) a la semana. Esto revela que si una persona trabaja más horas que las que establece la Línea, esa persona es pobre de tiempo.
En el estudio, se analiza la pobreza de tiempo a través de dos indicadores. Uno mide la Carga Global de Trabajo en aquellas personas que trabajan de forma remunerada en el mercado laboral y de forma no remunerada. El segundo muestra la carga de horas de trabajo de aquellas personas que solo se dedican a trabajos no remunerados. En el primer caso, el 53% de las mujeres es pobre de tiempo mientras solo el 36% de los hombres se encuentra en la misma situación. En el caso de las personas que solo dedican horas a tareas y trabajos no remunerados la diferencia se vuelve mucho más significativa: aquí el 20% de las mujeres son pobres de tiempo (considerando descanso, cuidado personal, esparcimiento y ocio, participación comunitaria), mientras los hombres presentan solo un 2%.
Bajo la lupa de ambos indicadores y en todas las formas de medición según diferentes Tipos de Hogar y momentos de Ciclo de Vida Familiar (incluyendo hogares de parejas (heterosexuales) jóvenes sin hijos y hogares de parejas mayores sin hijos) se mantienen altísimas diferencias entre mujeres y hombres, lo que pone de manifiesto que la Pobreza de Tiempo afecta siempre más y de forma significativa a las mujeres que a los hombres.
Entonces ¿qué dimensiones supone pensar y analizar la pobreza desde una perspectiva feminista? Y ¿por qué es importante la dimensión “tiempo” para analizar el empobrecimiento de las mujeres?
“Dentro de las discusiones en torno a la pobreza, contemporáneamente se ha levantado la necesidad de pensar la pobreza no solo desde una perspectiva de ingresos sino que en una perspectiva mucho más multidimensional, porque la pobreza no solo tiene que ver con la falta de dinero o ingresos mínimos para la subsistencia, sino que también tiene que ver con no tener acceso a distintos bienes y servicios como el transporte, como vivir en una ciudad fragmentada, no tener redes, no tener educación o escuelas cercanas, ni centros de salud cercanos. Y en un contexto como Chile no solo hay altos niveles de empobrecimiento (a nivel de ingresos) que se recrudecieron en el periodo de la pandemia, sino que también la mercantilización de todos los derechos ha condicionado que la pobreza multidimensional también sea mucho más profunda en estos territorios donde la mercantilización de la vida es el eje central.
Desde esa discusión, sobre generar reflexiones e insumos con respecto a la pobreza multidimensional, desde los feminismos se plantea la dimensión a analizar del “tiempo” principalmente porque somos pobres de tiempo. Pero no somos pobres de tiempo solamente porque hacemos las labores domésticas y de cuidado sino porque hoy día el mercado ha colonizado la vida y, en ese sentido, las formas en las que organizamos la vida tienen que ver con los tiempos del mercado y de la producción, más que con los ciclos de la vida y de los seres no solo humanos sino de todo lo que está vivo en la tierra. Y, desde esa discusión, hoy día observar el tiempo como factor de discriminación (especialmente cuando observamos que más del 50% de las mujeres en Chile son pobres de tiempo) implica que estas mujeres no tienen tiempo para el autocuidado, el ocio o el descanso, o espacios de esparcimiento. En ese sentido hoy día el tiempo se configura también como un mecanismo más del expolio del propio capital sobre los cuerpos especialmente de las mujeres.
Desde ese sentido y desde una perspectiva feminista hablar de la falta de tiempo y del empobrecimiento a partir del tiempo es fundamental. Y es una pelea que no tiene solo que ver con los feminismos sino que tiene que ver con la imposición de los tiempos del mercado sobre la vida. Por tanto, también es una pelea que atañe directamente al modelo de acumulación capitalista que hoy día impera en el mundo. Finalmente la batalla por el tiempo es también la batalla por la vida”
Leer:
- Francisca Barriga, Gonzalo Durán, Benjamín Sáez y Andrea Sato: “No es amor, es trabajo no pagado”.
- Francisca Barriga y Andrea Sato: “Pobreza de Tiempo y Desigualdad: La reproducción del Capital desde una mirada feminista”.