Históricamente, la explotación de los bienes comunes se asienta en una concepción utilitarista que concibe a la naturaleza como una fuente proveedora de materias primas, fomentando el saqueo, la privatización y contaminación de tierras comunales y recursos hídricos. Nos encontramos en medio de una emergencia climática y ecológica: incendios, inundaciones, mega minería, pueblos fumigados, ríos cercados y envenenados, empresas que avanzan y destruyen nuestros territorios, en los que el desarrollo de la industria extractiva afecta de manera directa o colateral a la salud y a las actividades cotidianas, degradando la calidad de vida de las comunidades. Las violencias a lo largo del tiempo a las que han sido sometidos los pueblos colonizados de América Latina han golpeado tanto a los territorios ancestrales como al primer territorio, el cuerpo. Sobre él se imprimen las consecuencias generadas por el avance de la frontera extractiva, mostrando las dolencias, enfermedades y limitaciones que su expansión provoca.
Como ya afirmamos, el primer territorio que habitamos como seres vivos es nuestro cuerpo, el cual no es ajeno ni un ente abstracto y desconectado del territorio mayor al que pertenecemos: la tierra. El estudio de lo que ocurre en los territorios que habitamos, es inherente a las ciencias de la salud, como parte del proceso de determinación social de la salud y de la enfermedad. Cuando pensamos cómo el extractivismo arrasa los territorios, no pensamos en un paisaje: pensamos en nuestros cuerpos arrasados por un modelo de producción, que, en realidad, es de destrucción de la vida para garantizar, a unxs pocxs, condiciones de vida saludable, en otras latitudes.
El cuerpo abordado como el primer territorio – a la manera en la cual lo trabajan las feministas comunitarias de América Latina – es mirar al cuerpo en sus vínculos a nivel orgánico, sus enfermedades, sus patologías con el cuerpo como superficie de impacto de lo que ocurre en el medio ambiente. En este sentido, cartografiar el cuerpo de una mujer fue determinante porque son ellas quienes lideran los procesos de resistencia contra el avance del modelo extractivo, las que empiezan a visibilizar o darse cuenta de que algo está pasando en el cuerpo de sus hijxs o en sus propios cuerpos.
Los indicios de la actividad extractiva en el territorio -ya sea la fumigación, la contaminación del agua por la megaminería, el polvillo del pino en la actividad forestal y tantos otros- no solo perciben en los propios cuerpos, sino que también lleva a mirar a la comunidad y poner en práctica procesos de epidemiología popular. Es empezar a ver que a tu vecina del lado también le pasa, y ejemplo de ellos es el proceso de las madres de Ituzaingó y tantos otros lugares, en el que las mujeres comienzan a nombrar los síntomas, identificar las afecciones y ponerlas en el lugar del cuerpo donde impactan.
Podemos ver en este poster que nuestros cuerpos llevan encima las consecuencias del extractivismo, pero, también, la capacidad de organización y resistencia contra estos modelos de muerte. En plena emergencia climática y ecológica, seguimos bregando por cuerpos y territorios sanos, soberanos y justos.
Ficha técnica
- Autoras: Instituto de Salud Socioambiental de la Universidad Nacional de Rosario
- Fecha: 2020
- Edición: INSAA – Fundación Rosa Luxemburgo
- Créditos: Diseño y sistematización: Iconoclasistas
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